Muchas veces, entre el profesorado, escucho y leo discursos negativos hacia las teorías educativas; discursos reticentes contra personas investigadoras en educación. Escucho, por ejemplo, frases como: “Científicos, ¿qué sabrán esos, si no entran al aula?”; “en la teoría está muy bien, pero la realidad es bien distinta.” 

Ciertamente hay “teóricos” y “teóricas” que se basan en opiniones o medias verdades científicas; por ello la puesta en práctica de sus teorías no genera los resultados esperados y es comprensible el descontento del profesorado.

Sería un error, sin embargo, pensar que todas las personas teóricas o científicas de la educación desconocen la realidad de las aulas. Es en las evidencias científicas de impacto social donde hay que poner el foco. Hay investigadoras e investigadores que trabajan en cocreación con la propia comunidad, que investigan para aportar mejoras en ella. Las evidencias educativas de impacto social surgen precisamente del trabajo colaborativo entre personas investigadoras, docentes, familias, alumnado y otras personas de la comunidad educativa. Estas investigaciones surgen de las necesidades de la sociedad, también de las propias aulas, y aportan evidencias que generan mejoras en cualquier contexto socioeconómico y cultural.

En los seminarios “A hombros de gigantes” leemos y debatimos estas evidencias de impacto social y vemos cómo esas investigaciones se han realizado en diálogo con la propia voz de la comunidad y al servicio de su mejora. He participado en actuaciones educativas de éxito y formaciones de centros de educación primaria donde las propias investigadoras estaban en las aulas con docentes y alumnado. Podemos ver otras transformaciones sociales que han surgido de esta cocreación, como es el caso de la Verneda de Sant Martí.

No es cierto, entonces, que la ciencia educativa desconozca el día a día de las aulas; las evidencias científicas de impacto social emergen de las propias realidades y necesidades de las mismas. Si no es así, serán teorías pseudocientíficas o sin impacto social. 

[Imagen: Freepik]
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Por Sergio Miralles

Maestro de educación primaria y especialista de inglés