En mis años como docente siempre he tenido claro que mi objetivo era conseguir los mejores resultados de aprendizaje y de convivencia con todo mi alumnado sin excepción. Soy maestra de educación infantil y muchas veces me he sentido bombardeada con decenas de “ideas”, metodologías, prácticas o corrientes que no he sabido si eran la mejor opción para llegar a mi meta o no. 

Hace unos años asistí a una formación en la que dijeron cosas que yo nunca había escuchado antes. Existen las ciencias de la educación, donde investigadores e investigadoras de todo el mundo comparten cuáles son las prácticas que están dando los mejores resultados. Lo más importante, en aquella formación no solo lo decían, sino que nos enseñaron a buscar y contrastar la información. ¿Por qué nunca me había planteado que existiese algo así? Si lo piensas, parece evidente que, igual que hay cientos de científicos y científicas investigando el cáncer, haya cientos investigando qué es lo que da mejores resultados en la educación, ¿no?

Ahora sabía qué cosas podía dejar de hacer con toda tranquilidad (porque no dan mejoras) y, sobre todo, qué cosas tenía que garantizar

Una de mis prioridades era conseguir una clase en la que todos mis alumnos y alumnas estuviesen incluidos, independientemente de las necesidades que tuviesen. No nos equivoquemos: que el alumnado con necesidades especiales esté en el aula ordinaria todo el horario lectivo no es sinónimo de inclusión; además de estar tienen que formar parte, deben pertenecer.

Ahora estoy en el nivel de 4 años. En esta promoción, tengo la suerte de contar con mucha diversidad en mi grupo, y entre ella un niño con síndrome de Williams y TEA y un niño con rasgos TEA e hiperactividad. Si con todo mi alumnado tenía claro desde el principio que siempre iba a tener altas expectativas, con ellos más. No me iba a conformar con un currículum de mínimos, ni iba a hacer ninguna adaptación que bajase el nivel de los contenidos. Lo que sí haría es invertir todos los recursos y tiempo disponibles para garantizar una educación de calidad para estos niños y niñas, igual que para el resto.

Desde el principio puse en práctica dos de las actuaciones de éxito que están dando mejores resultados en educación: tertulias literarias y grupos interactivos. Primero hicimos formación a las familias, algo que me parece imprescindible cuando quieres poner en práctica actuaciones como estas; necesitamos a las familias y tienen derecho a conocer los avances en las ciencias de la educación y por qué y para qué estamos haciendo las cosas.

En las tertulias, para el alumnado con más dificultad, añadimos pictogramas a todos sus libros sin eliminar el texto ni el vocabulario difícil; realizaban lecturas dialógicas en casa y después preparaban su intervención con la maestra de audición y lenguaje. Cuando empezamos parecía que nada tenía sentido, daba la sensación de que no conectaban y era difícil conseguir un tiempo de escucha mayor a 3 o 4 minutos. El esfuerzo, la constancia, el trabajo conjunto del equipo educativo y de la familia y, sobre todo, el convencimiento de que eran capaces, hicieron que poco a poco las cosas empezasen a cambiar. Ahora, aunque aún queda mucho camino por recorrer, se ven los resultados. En la última tertulia, uno de los niños hizo su intervención, escuchó a los compañeros durante 15 minutos y levantó la mano para dar su opinión. Nadie podría haber imaginado esto hace 4 meses. 

En grupos interactivos, pusimos un apoyo a cada niño con necesidades especiales, además de los 4 voluntarios que dinamizaban las actividades (sin la implicación de todas las familias de la clase, esto nunca habría sido posible). Buscamos de qué forma podían participar siempre en la actividad; nunca hicimos una actividad paralela para ellos ni cambiamos los contenidos; solo ajustamos la forma en la que podían participar. Al principio, había sesiones en que no conseguíamos que participasen, se cansaban, se ponían nerviosos. Pero nunca tiramos la toalla; sesión tras sesión intentábamos ver en qué estábamos fallando (el profesorado, no ellos), hasta que lo conseguimos. Ahora, participan como uno más, con la ayuda de la clase y de la persona de apoyo. A veces necesitan momentos de desconectar, tener una función mientras esperan el turno o alguna adaptación de acceso a la actividad, como señalar la imagen si no pueden nombrarla, pero participan durante toda la sesión, elevando al máximo sus aprendizajes como uno más.

Otra cosa que también tenía clara era que, para este alumnado, los aprendizajes instrumentales son prioritarios, igual que para el resto. Nunca me he dejado llevar por la corriente de que “hay que acompañar al alumnado en sus intereses y dejar que sean ellos quienes guíen sus aprendizajes”. Desde el principio hemos trabajado la conciencia fonológica, con diferentes juegos y actividades, de forma divertida, práctica y funcional. El aprendizaje de la lectoescritura ha supuesto en ellos un gran cambio, su autoestima ha subido, se ven capaces, el resto ven que lo son y en uno de los niños ha mejorado notablemente el comportamiento, se muestra mucho más centrado y pide ayuda constante para mejorar día a día. La semana pasada hicimos una actividad de lectoescritura de alto nivel por parejas; uno de estos niños estuvo conectado haciendo la actividad durante 20 minutos con la ayuda de la maestra de audición y lenguaje, algo que parecía imposible hace 6 meses; el otro, tras conseguir realizar la actividad con su compañera vino hacia mí y, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo “seño, o e co-e-i-o” (seño, lo he conseguido). Los pelos se me pusieron de punta; creo que nunca lo había visto tan feliz.

También ha sido determinante, para conseguir que todo el grupo avance, asegurar en todo momento las interacciones entre alumnado con diferentes capacidades y la ayuda mutua, trabajando la mayor parte del tiempo en parejas o grupos. De esta forma, el alumnado más capaz  ha tirado del aprendizaje de sus compañeros y compañeras y a su vez han elevado los suyos, porque se adquieren capacidades diferentes y se asimilan de una forma más profunda los aprendizajes cuando eres capaz de explicarlos que cuando simplemente “lo sabes”. 

Ahora lo sé y lo he comprobado; cuando aplicas de forma correcta la ciencia en educación obtienes resultados, al igual que cuando la aplicas en medicina. Estoy orgullosa de cada uno de los niños y niñas de mi clase y del apoyo incondicional de sus familias y, aunque es verdad que supone mucho esfuerzo y tiempo, seguiré invirtiéndolo sin dudarlo para ver cada mañana esas caras de felicidad al sentir que todos y todas pueden conseguirlo.

[Fotografía de aula de la autora]

Por Andrea Sala

Maestra de educación infantil en el colegio Padre Manjón de Elda