En el mundo ha habido y hay muchas personas que han luchado y luchan de forma comprometida para lograr un mundo más igualitario y libre de violencia para todas las personas. Parece obvio que todas las personas sin excepción tenemos los mismos derechos pero, aunque hemos avanzado, todavía quedan horizontes por alcanzar para conseguir el sueño de un mundo en igualdad de condiciones para todos y todas. 

Hay muchas motivaciones para dar pasos lo más rápido posible y una de ellas la encontramos en los datos que ha publicado el Centro de Desarrollo de la Infancia de Harvard. Vivir estrés tóxico durante periodos prolongados, como lo están viviendo niños y niñas que sufren racismo habitualmente, puede tener un importante efecto de desgaste en el cerebro en desarrollo y en otros sistemas biológicos. Estos efectos pueden tener un efecto negativo de por vida en el aprendizaje, el comportamiento y la salud física y mental

Algunas personas pueden creer que el racismo es un problema “del pasado”, pero la realidad es que los datos del gobierno de EEUU muestran que las personas negras, índigenas y de color tienen de media más problemas crónicos de salud y una esperanza de vida más corta que las personas blancas en todos los niveles de renta.  

El curso pasado pude participar en una tertulia literaria dialógica de “La cabaña del Tío Tom” con alumnado de quinto de primaria. Pudimos sentir, a través de la denuncia social de Harriet Beecher, lo duro que es vivir rodeado de personas que se consideran superiores a ti o que ni siquiera te consideran persona. Después de cada tertulia pensaba en mi escuela, en qué actuaciones pueden contribuir a que ningún niño y ninguna niña sufra racismo en las miradas de las personas de la comunidad, en qué expectativas conscientes o inconscientes tenemos hacia determinados colectivos, en los currículos y actividades que les ofrecemos, en cómo promovemos, o no, relaciones libres de violencia… porque en función de lo que hagamos podemos (o no) mejorar sus vidas, evitando daños duraderos que afecten a sus trayectorias de vida. 

Las evidencias científicas nos dan las respuestas, han de ser nuestro faro, porque cuando hablamos de las vidas de la infancia, no nos podemos permitir quedarnos en las buenas intenciones. Algunas de las claves que la ciencia ya ha demostrado y que todas las escuelas e institutos pueden incorporar sin necesidad de más recursos son:

Extender las evidencias de cómo el racismo afecta a las vidas de quienes lo sufren e incorporar sus voces en espacios de diálogo seguros, donde desde un diálogo igualitario se compartan ideas de cómo hacer posible otro mundo en nuestras relaciones más cercanas, puede ser un buen comienzo para acercarnos a esos horizontes que quedan por alcanzar. 


[Foto de Zach Lucero en Unsplash]

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Por Sara Carbonell

Doctora en Educación. Durante 23 años maestra de pedagogía terapéutica y educación primaria y 8 años directora del CEIP L'Escolaica. Profesora sustituta en la Universidad de Valencia.