En muchos lugares es frecuente que se oferte al profesorado una variedad de acciones formativas que parece ajustarse a las nuevas leyes y también a las tendencias o modas. Muchos y muchas han estado en algún momento probando metodologías, materiales y prácticas, y con el tiempo han acabado en el desánimo y la desmotivación.
Ya en 2007 el Parlamento Europeo publicaba que “los sistemas basados en la equidad garantizan que los resultados de la educación y de la formación no dependan ni del origen ni de otros factores que perjudican a las personas. Los sistemas educativos son eficaces en la medida en que los recursos que se aportan generan los máximos resultados.” Queda claro que el objetivo de la formación docente debe ser la mejora de los resultados, tanto académicos como de convivencia.
Sin embargo, a menudo se evalúa la formación del profesorado con encuestas de satisfacción y, por tanto, se nos transmite que lo importante es si la charla o el curso nos ha parecido interesante, entretenido, curioso, etcétera. Si miramos la oferta formativa de muchas administraciones, vemos una variedad de temáticas que va cambiando, entre otras cosas, en función de “lo que puede resultar interesante”. Esta concepción ha ido calando en parte del profesorado que puede percibir que la formación va dirigida al desarrollo personal y, por tanto, cada cual debe buscar aquella que más le llame la atención. Es fácil ver que este enfoque va contra los objetivos de Europa y de cualquier administración que quiera superar las desigualdades sociales. Va contra el derecho de los niños y niñas a la educación. Sería comparable a decir que queremos probar tratamientos médicos diferentes de los que se nos dan, sin saber qué resultado darían. Muchas y muchos docentes acaban desmotivados porque han invertido mucho tiempo en formaciones que no han servido para mejorar los resultados de su alumnado. En cambio, a quienes han conocido las evidencias científicas en educación y las han aplicado en su día a día les ha pasado todo lo contrario: se han interesado más en formarse y se han entusiasmado en su trabajo al ver que hay claras mejoras.
En las comunidades educativas, podemos compartir esas mejoras y ese entusiasmo; debemos hablar entre nosotros y nosotras de cuál es realmente el objetivo de nuestra formación: mejorar los resultados. Es decir, que el alumnado aprenda más y conviva mejor, porque es así como reduciremos los grandes males de la educación, como la violencia o el fracaso escolar. Es así como se pueden superar las desigualdades sociales, y no es una lejana utopía, sino una transformación que ya está ocurriendo.
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