Cuando empecé a trabajar como profesor en el año 1994, ya se percibía entre muchos docentes cierto desencanto y lenguaje de la queja que, con el tiempo, los procesos de implantación de la LOGSE vinieron a agudizar y generalizar socialmente. Viví esa época con el entusiasmo de la persona que empieza, abrazando la innovación metodológica para dar respuesta a carencias recordadas como alumno en mis años de instituto y que como docente novel empezaba a ver en un sistema que dejaba a muchas personas atrás. El sistema perdía su capacidad de ascensor social para los más desfavorecidos (aumentaban el fracaso y el abandono escolar temprano), y no acababa de satisfacer las expectativas de mejora, obteniendo unos resultados habitualmente por debajo de la media europea.

Como posiblemente les ocurriría a más docentes, aunque con los años siguieron intactos mi compromiso con el alumnado, el deseo de innovación y de mejora, se hacía evidente que todo eso no iba a ser suficiente para cambiar las cosas y menos aún para lograr el éxito de todos y todas. El desánimo asomaba, por lo que en ocasiones no era extraño caer en el lenguaje de la queja por la burocratización creciente, los cambios legislativos y una formación poco rigurosa y muchas veces basada en ocurrencias que muchas veces, lejos de ayudar, conducía al desencanto.

En mi caso particular, tras cuatro años en EE.UU., donde oí hablar por primera vez de “evidence-based instruction”, fue hacia el año 2012 cuando vinieron a cambiarlo todo las actuaciones educativas de éxito (AEE), identificadas en el Proyecto INCLUD-ED de la UE (2006-2011) y vinculadas al concepto del aprendizaje dialógico formulado por Ramón Flecha muchos años antes. De pronto descubrí, a la vez que otros docentes, que durante décadas se nos había ocultado (o al menos no se nos había transmitido) la existencia de evidencias científicas de impacto social (ECIS) en educación; de evidencias científicas muy avaladas a nivel internacional que lograban la mayor mejora en todos los contextos, para todos y todas, en plena inclusión y en todas las dimensiones del aprendizaje académico: la cognitiva, la emocional y la ética y social.

De un día para otro, de una formación sin apenas vínculos con las escuelas y ninguno con la comunidad científica internacional, pasamos a una formación dialógica con personal investigador de altísimo nivel científico en colaboración con escuelas que estaban transformando sus comunidades con las AEE. Hoy es muy esperanzador ver extenderse este modelo y cómo la profesionalidad de los docentes se refuerza por formaciones dialógicas, basadas en evidencias, con las que logran para sus propias comunidades mejoras en aprendizaje, en índices de promoción y notas en pruebas estandarizadas, en convivencia y en reducción del fracaso escolar. Yendo más allá, esta formación dialógica, lejos de ser una mera transferencia de saberes, ha venido a crear una cultura de la cocreación dentro de una comunicación inclusiva de la ciencia que une a personas investigadoras con docentes, familias y alumnado, en diálogo igualitario, para que todos y todas participemos del conocimiento científico y de los beneficios que de él resultan.

Junto a la importancia de centrar nuestra formación y práctica en las evidencias de impacto social, que ya sabemos que funcionan y son lo mejor para nuestro alumnado, y de adoptar en ese proceso una perspectiva dialógica, otro elemento clave que han traído las evidencias es la importancia del uso de fuentes con aval científico internacional. Ya en 2008 podíamos leer en el libro Aprendizaje dialógico en la sociedad de la información:

«Hoy ya es posible funcionar de forma científica en educación. Hoy se sabe cuáles son las actuaciones prácticas que disminuyen el fracaso escolar y cuáles las que lo aumentan. Aunque quizás no las conocemos todavía, sí que tenemos en nuestras manos la posibilidad de conocerlas…»

En el hoy del año 2023 se puede afirmar con más rotundidad que, más fácilmente que nunca, las tenemos a nuestro alcance y que las conocemos gracias a las plataformas científicas disponibles. Unas plataformas con las que podemos discriminar bulos de evidencias, en educación (Adhyayana) y en temas de género (Sappho), y podemos plantear dudas y dialogar sobre ellas. Contamos también con publicaciones digitales como Periódico Educación o Diario Feminista, en las que, superando las opiniones más o menos fundadas o las ocurrencias, cada día se difunden evidencias de impacto social y se publican reseñas de artículos procedentes de autorías y revistas muy diversas y de alto impacto sobre todos aquellos temas que, en la práctica, más inciden en la mejora de todos los niños y niñas y adolescentes. 

Con todo lo señalado se está logrando el reencanto de cada vez más y más docentes, no solo de los más jóvenes o de quienes están en mitad de su carrera, sino también de los que, como yo, empezaron en la enseñanza a principios de los 90 y ya ven la recta final de su carrera. Reencanto por verse situados por fin en el lugar que todo profesional merece, respaldados por la mejor evidencia científica disponible y en colaboración con los investigadores e investigadoras, con su alumnado, las familias y con toda la comunidad educativa para lograr los mejores resultados para todos y todas.

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Por Benjamín Menéndez

Profesor de secundaria en el IES Alfonso II. Miembro de Asturias AEBE.