La presencia de diversidad en nuestras aulas forma parte de nuestra realidad diaria. Podemos participar de esta realidad como familiares, docentes o alumnado. Compartiendo espacios formativos, muchas veces se generan debates en torno a cómo entendemos la inclusión de personas con grandes barreras de aprendizaje y de si es posible conseguirla. Pero ¿es una decisión que debemos tomar otros? ¿O debemos partir de la premisa de que es un derecho que las personas tienen? El derecho a compartir un espacio de máximos aprendizajes y de relaciones en el que todos y todas estemos presentes de forma activa. 

A lo largo del camino recorrido desde la segregación a la inclusión, muchas conceptualizaciones erróneas nos han ido poniendo trabas para poder alcanzar esta utopía. Conviene tenerlo presente, ya que han ido impregnando nuestra práctica educativa y la atención que han recibido las personas en entornos inclusivos. Una visión estática de la inteligencia, sin tener en cuenta su capacidad para que la interacción y el entorno la modelen, nos ha conducido a bajas expectativas y aprendizajes mínimos. La inteligencia es un potencial cognitivo: es moldeable, se aprende, se transforma y desarrolla en función de las oportunidades que se crean en cada contexto social y cultural. El cociente intelectual de las personas no determina su aprendizaje.

Hay que partir de las altas expectativas para todos y todas. Trabajando juntos en las mismas actividades (belong together), se establecen menos etiquetas. Aparecen facetas que de otra manera quedan ocultas, pues no les brindamos la oportunidad de participar en actividades que generan máximos aprendizajes y relaciones interpersonales de calidad.

Tal y como aporta el premio Nobel y padre de la neurociencia moderna, Eric Kandel, la arquitectura de cada cerebro humano es única; los genes no determinan el comportamiento de forma exclusiva porque también responden al ambiente y están al servicio del mismo.

En un entorno inclusivo debe existir una pertenencia al grupo que transforme el entorno y los recursos del mismo para que todos tengan acceso a los máximos aprendizajes y a las más bellas relaciones interpersonales. Por tanto, el foco debe estar en la búsqueda de las barreras y no en las necesidades personales o educativas del alumnado; dejando de lado también esa visión médica de la educación especial. Afortunadamente, la atención a la diversidad ya no solamente recae sobre el personal de educación especial; se ha convertido en una tarea comunitaria.

Otro aspecto relevante que no podemos obviar es que la elaboración del currículo siempre se ha hecho poniendo en el centro al alumnado normotípico; modificando nuestros valores, creencias y concepciones acerca del éxito y el fracaso, de quién puede y quién no puede aprender.

Afortunadamente contamos con una gran base científica que nos acompaña para dar una respuesta educativa de máximos en un entorno inclusivo. Las Actuaciones Educativas de Éxito son la herramienta más potente con la que contamos para poder incluir y transformar un entorno educativo al máximo nivel. Aplicando en nuestras aulas este tipo de actuaciones, tenemos la llave para crear una comunidad que acoja las diferencias, que utilice las diferencias de los niños como elementos del currículo y respete esas diferencias en todos los aspectos del programa escolar. Al mismo tiempo que caminamos hacia los máximos aprendizajes y las relaciones de amistad más bellas. 

Por tanto, cuando se generen este tipo de debates en torno a la inclusión, contemos con la influencia que estos argumentos negativos y carentes de aval científico han tenido sobre nuestra visión y práctica educativa hasta la fecha. Independientemente de si estamos en el papel de docente, familiar o alumnado. Y respondamos, cómo no, con las mejores actuaciones educativas que generen el mayor éxito posible en nuestro camino hacia una inclusión de máximos para todos.

[Foto: Pixabay]

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Maestra de primaria y pedagogía terapéutica. Colegio Trenc d'Alba (Jávea)