Cuando yo estudiaba en la escuela no nos enseñaban que fumar perjudicaba nuestra salud, que era una coacción al servicio de un negocio que a través de publicidad y otros medios de persuasión lograba que la mayoría se sometiera a una conducta que al principio no gustaba, pero luego era muy difícil de quitar. Ahora no se enseña al alumnado que los ligues despreciativos son una coacción al servicio de un negocio que a través de publicidad y otros medios de persuasión logra que la mayoría se someta a una conducta que al principio no gusta pero que deja consecuencias de por vida. Una de las verdades que se les oculta es la diferencia entre el placer del sexo que mejora las vidas y el placer del poder que las empeora.
«Por los sentimientos que compartimos aquella noche no te llamo porque respeto tu libertad también ahora que estás triste, pero ya sabes que siempre tendrás mi apoyo cuando me lo pidas»
Según la persona que las recibió, estas palabras transformaron su vida. Solo habían compartido una hora hacía dieciséis años, con un sentimiento que volvió a brotar cuando se enteró por terceras personas que estaba pasando por un momento muy duro.
El placer del sexo es así, una excitación y felicidad donde la belleza, bondad y verdad se unen en unos recuerdos que no se quieren ni se pueden olvidar. Cuando la imagen reaparece, la cara se ilumina con los mejores sentimientos. Las personas quedan así libremente unidas para siempre, aunque no se vuelvan a ver nunca. La semilla que se ha sembrado no caduca nunca y se puede hacer que florezca de nuevo en formas diversas, por ejemplo, con amistad y apoyo cuando una de las personas lo necesita. El “placer” del poder es todo lo contrario, solo lo llaman sexo los ignorantes que nunca han disfrutado del sexo y no saben que no saben lo que es. Llaman placer a que, al menos, una de las personas participantes reciba un desprecio que también estará durante toda la vida dispuesto a salir, en cualquier instante, para hacer todo el daño que pueda.
Después de haber tomado un café con una persona, si el momento compartido es de calidad, queda una cercanía de por vida; incluso si no se ven hasta dentro de un año, al cruzarse se regalan un cálido saludo. Esa mirada es todavía mejor si se ha compartido sexo en lugar de una relación tóxica que equivocadamente llaman “sexo”. Los sentimientos de verdad pueden nacer lentamente, a lo largo de años, o repentinamente en una mirada, pero duran siempre. No caducan incluso cuando las personas que los comparten no se ven en décadas, pueden volver a dar frutos cuando lo necesitan o desean.