¿Cómo aportar alternativas desde la educación?
En los últimos años, es frecuente encontrar en los medios de comunicación noticias que alarman sobre el incremento de las enfermedades de transmisión sexual en España. Por ejemplo, noticias recientes indican que se han disparado indicadores de algunas enfermedades como la sífilis, la cual se ha duplicado en algunas regiones en los últimos cinco años. Entre los factores que se asocian a este incremento, se encuentran el uso de drogas para tener sexo o una disminución del uso del preservativo. Estos elementos están presentes en prácticas como el chemsex, que se basa en el consumo de drogas con el objetivo de mantener relaciones sexuales más intensas y duraderas, generalmente con personas desconocidas. De esta forma, se promueven prácticas de riesgo con personas desconocidas con las que se interactúa bajo el efecto de las drogas y con las que no es habitual el uso de preservativo. El aumento de estas prácticas y de sus consecuencias ha llevado a ayuntamientos como el de Barcelona o Madrid a considerar el chemsex como un problema de salud pública. Además, los centros médicos dedicados a la atención a la drogodependencia informan del aumento de pacientes con problemáticas asociadas al chemsex.
Ante el incremento de estas problemáticas, ¿cómo podemos posicionarnos y actuar desde la educación?
Por suerte, actualmente contamos con evidencias científicas que pueden iluminar el camino, tanto a la hora de comprender fenómenos como los descritos como a la hora de intervenir desde los centros y las comunidades educativas. Por ejemplo, podemos marcar una gran diferencia cuando analizamos con los y las jóvenes prácticas como el chemsex, vinculándolas a las diversas formas de sometimiento ejercidas por el capital depredador, así como a los ligues despreciativos. Las investigaciones realizadas en este sentido han desvelado los mecanismos a través de los cuales el capital y la industria nocturna coaccionan a los y las jóvenes hacia comportamientos dañinos a través de un discurso coercitivo dominante, perpetuando dinámicas tóxicas en las relaciones y limitando la libertad individual.
Desde los centros educativos podemos poner a disposición de los y las jóvenes este tipo de evidencias y ofrecerles espacios de diálogo seguros en los que encuentren la libertad para escoger. Escoger entre ser una marioneta más del capital depredador o, por el contrario, generar relaciones alternativas llenas de sentido, atractivo y belleza.