En muchos centros educativos, si no en todos, hay alumnado que se encuentra en situaciones vulnerables y que está sufriendo experiencias tempranas adversas socioeconómicas, familiares, de violencia, maltrato o abandono. Estas experiencias, como ya hemos visto en un artículo reciente, tienen efectos adversos en el cerebro, en el desarrollo emocional y cognitivo, así como en la salud, en el presente y en el futuro. Algunos sueños que están en las mentes de muchos y muchas profesionales son: ¿podemos desde los centros educativos paliar esos daños e impulsar trayectorias de vida de esperanza?, ¿podemos ser centros educativos seguros?, ¿podemos promover la resiliencia?
Existen evidencias que nos ayudan a responder a estas preguntas y, como suele pasar, son muy alentadoras. Seguro que hemos conocido a personas que han vivido circunstancias adversas y una de ellas ha salido adelante y la otra no. La resiliencia es la que marca esta diferencia. Podemos definir la resiliencia como la capacidad para superar con éxito graves dificultades, y lo esperanzador es que esta capacidad se puede enseñar.
¿Qué podemos hacer desde los centros educativos?
En primer lugar hay que clarificar que para ganar resiliencia se necesitan relaciones de apoyo que pueden venir de un familiar, un cuidador o cuidadora o una persona adulta. Estas relaciones proporcionan la capacidad de respuesta personalizada, el andamiaje y la protección que la infancia necesita. Por tanto, las personas adultas tenemos un papel clave para ofrecer apoyo cuando vienen a contarnos algo que ha pasado en el patio, en el parque o en la clase. Quitar importancia o no intervenir sería dejarlos sin ese apoyo que necesitan para ayudarlos a aprender estrategias resilientes como la planificación, el control y la regulación del comportamiento.
En segundo lugar, debemos saber que la resiliencia es el resultado de una interacción dinámica entre predisposiciones internas y factores externos, sería el resultado de una combinación de factores protectores. Las investigaciones han demostrado que los programas enfocados en la comunidad, en dotar de atractivo la bondad, en el fomento del sentimiento de la amistad y en bystander intervention son los que están logrando crear este entorno protector que hace de escudo ante las adversidades.
Decirles frases como que no hay que “meterse en los problemas de otros”, diluyendo las redes de apoyo, o “dale un besito, es tu amigo” cuando nos cuentan que les han tratado mal, no contribuye a la resiliencia.
En tercer lugar, no debemos olvidar que aunque algunos niños o niñas son muy sensibles a experiencias negativas, de la misma forma son muy sensibles a los entornos que les proporcionan calidez y apoyo. Dentro del apoyo se incluye el andamiaje en el aprendizaje para que adquieran una sensación de autoeficacia y control. El apoyo también debe ser en el aprendizaje, sobre todo para el alumnado que está viviendo alguna adversidad social; si dejamos esto de lado, empeoramos la situación.
Por último, hay que tener en cuenta que las personas nunca pierden la capacidad de mejorar sus habilidades de afrontamiento. Es cierto que el cerebro y los sistemas biológicos son más adaptables en las primeras etapas de la vida y el desarrollo que se produce en los primeros años sienta las bases de una amplia gama de comportamientos resilientes, pero la resiliencia se forma a lo largo de la vida por la acumulación de experiencias; por tanto, nunca es demasiado tarde.
Para entender mejor cómo pueden los centros educativos ser promotores de la resiliencia, nos sirve la imagen de la balanza que se describe en el Centro de Desarrollo Infantil de Harvard:
Las relaciones de apoyo, los programas efectivos contra la violencia basados en evidencias y el andamiaje en el aprendizaje que se sumen en un lado contrarrestarán la adversidad significativa en el otro. Cuando la salud y el desarrollo de la infancia se inclina hacia el lado positivo, es que la resiliencia está haciendo efecto, incluso cuando hay una pesada carga en el lado negativo.
Todos y todas podemos educar en la cultura de la resiliencia, de las relaciones de apoyo que estimulen que todos y todas mejoren en el aprendizaje, haciendo realidad una educación verdaderamente transformadora.