Asistimos a una creciente rebelión contra el afeamiento de los escenarios donde se representan grandes óperas. Esa fealdad incluye desnudez, actos y movimientos sexuales que no forman parte de la obra original y con actrices que no pueden elegir libremente su consentimiento o no. Ese es el elemento más rechazable de una fealdad que también incluye en el escenario personajes cutres que tampoco están en la obra original haciendo gestos, posturas y actos de muy mal gusto.
Como en tantas otras situaciones en las que se defiende la fealdad y el acoso como lo nuevo, lo rompedor, lo transgresor, se ataca a quienes no se someten, tachándoles despectivamente de conservadores. Tienen la misma concepción de lo transgresor que aquel eslogan de la orden de los asesinos que tanto gustaba a Nietzsche: “nada está prohibido, todo está permitido”. Los diseñadores de esta fealdad se permiten decir que están practicando “épater le burgueois”, escandalizando el buen gusto burgués, ignorando que ellos son mucho más ricos y burgueses que las muchas personas de niveles socioeconómicos bajos que saben apreciar la belleza y detestan su fealdad. No son artistas ni revolucionarios, tienen tanta ignorancia cultural como Nietzsche.
He defendido en mis publicaciones la libertad de elegir la fealdad entre quienes libremente den su consentimiento. No es el caso de esos escenarios donde el compositor de la ópera no ha dado su consentimiento a ese uso de su obra, gran parte del público no ha elegido tener que soportar esa fealdad sino disfrutar de la belleza y está viendo actrices que no son libres para dar su consentimiento para enseñar partes de su cuerpo que no querrían enseñar o hacer movimientos sexuales que no hubieran elegido hacer con esas personas y en un escenario. Esos afeadores no disfrutan con su fealdad, con las feas “creaciones” que son capaces de hacer; solo disfrutan destruyendo la belleza y la libertad de las demás personas.