A veces no somos conscientes del impacto que tienen en nuestra salud las personas con las que nos relacionamos y la manera en que nos comunicamos. No lo somos porque no nos han educado en ello. Todo lo contrario: una parte de la sociedad tiende a normalizar la violencia dentro de nuestras relaciones, lo que nos aleja de lo que significa realmente el amor y la amistad.

Un ejemplo que vemos muy claro es con los niños y niñas cuando tienen un conflicto. Muchos adultos creen que es mejor no interferir, y se justifican con frases típicas como: “no interfieras, son cosas de niños, ya aprenderán solos”. Pero la realidad es que, si no les enseñamos cómo comunicarse o qué deben esperar de una amistad, ellos y ellas aprenderán a base de sus interacciones. Si hay violencia en su entorno y se permite, asumirán que esa es la manera; si se encuentran en entornos dialógicos, seguros y libres de violencia construiremos una comunidad en la que puedan crecer sanos y felices. 

Hoy en día, gracias a los avances de la neurociencia y las ciencias sociales, tenemos muchos conocimientos sobre cómo las interacciones y los actos comunicativos afectan a nuestra salud y a nuestra capacidad cerebral. De hecho, hay investigaciones que identifican deterioros de la salud física y mental en personas privadas de interacciones sociales de calidad. Además, se sabe que la amistad es un factor de protección frente a determinados problemas de salud mental. En los centros de educación secundaria nos estamos encontrando casos de conductas autolesivas y pensamientos suicidas en adolescentes con historias previas de acoso escolar sostenido. El primer síntoma que solemos percibir es un claro empeoramiento en su rendimiento educativo, unido al aislamiento social. 

¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Cómo construir una sociedad donde predominen actos comunicativos dialógicos, libres de violencia? ¿Cómo podemos mejorar la salud en nuestras relaciones y en las de nuestros niños, niñas y adolescentes?

Para encontrar respuestas es necesario impulsar intervenciones de educación emocional y relaciones socioafectivas basadas en lo que las investigaciones han demostrado que sí funciona. Algunas recomendaciones científicas al respecto proponen: 

  • Potenciar el valor de la amistad como escudo protector, promoviendo espacios de diálogo en que se reflexione sobre lo que es una amistad de calidad, qué comportamientos implica y excluye, y cómo cuidar a los amigos y amigas. 
  • Dotar de atractivo a las personas que cuidan y apoyan a las víctimas de violencia, lo que se conoce por bystander intervention, creando redes de apoyo
  • Reflexionar sobre los actos comunicativos, detectar si en un grupo existe coacción que impide la libertad en las decisiones, procurando crear entornos donde predominen los actos comunicativos dialógicos. 

Hay centros que ya están trabajando en ello, consiguiendo crear una comunidad libre de violencia que se apoya, con relaciones socioafectivas saludables, construyendo un entorno seguro donde crecer sanos y felices. 

[Imagen: Freepik]
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Por Mireia Barrachina

Doctora en Educación. Durante 10 años, pedagoga y orientadora educativa en diversidad de contextos. Actualmente, profesora de la Universidad de Valencia.