Ninguna de las nueve musas estaba asociada con la pintura, la escultura o la arquitectura. En aquel tiempo, estas labores no se percibían como formas de arte, sino más bien como trabajos artesanales, a menudo llevados a cabo por personas en condición de esclavitud. El Renacimiento fue testigo de una era en la que el mecenazgo encumbró las obras pictóricas como “El Nacimiento de Venus”, que representan lo bello, lo bueno y lo verdadero. Obras que encarnaban estas virtudes lograron que se valorase el arte pictórico que conocemos y celebramos hoy en el Día Mundial del Arte.

Sin embargo, existe una gran sumisión a los peores productos comerciales del mercado, donde la fealdad y el lucro priman sobre la belleza y el trabajo del arte. Las personas que buscan desalentar esta motivación democrática por la belleza a menudo recurren a la crítica despectiva defendiendo lo que dictan algunas autoridades de la crítica de arte, como que un urinario es mejor que la Venus de Botticelli. Esta fealdad no reside únicamente en las obras, sino también en los artistas que promueven la fealdad en sus vidas y obras, como Pablo Neruda, quien describe una violación en uno de sus párrafos, o Gustav Klimt, quien transmitía la sífilis a las mujeres con las que estaba. Es el mercado del “arte” el que favorece la peor forma de sexismo y el endiosamiento de los y las “artistas”.

En este sentido, millones de personas muy diversas de todo el mundo ya están logrando superar esta sumisión impuesta por el mercado del “arte” a través de actuaciones culturales de éxito como las tertulias dialógicas literarias, pictóricas, musicales y de otras artes. Fomentan el disfrute de la belleza cultural y artística, trascendiendo cualquier objetivo económico. Estas actuaciones permiten que todas las personas, incluidas aquellas sin formación académica y en situación de pobreza, junto con sus hijos e hijas, puedan disfrutar de estas obras y se sientan profundamente motivadas por ellas. Este logro se alcanza mediante la democratización de algunas de las creaciones más destacadas de la humanidad y el establecimiento de un diálogo igualitario en torno a su belleza.

Estas actuaciones están logrando superar esta sumisión impuesta y cada vez una mayor proporción de la ciudadanía rechaza la aceptación de la violencia contra las mujeres cuando el agresor es un artista famoso. La recreación de una obra en un nuevo contexto se considera arte social y quienes la realizan también se consideran artistas sociales. Por eso las personas que participan de estas actuaciones están creando belleza con el arte que aportan y no por el dinero, por el poder o por quedar por encima de otras personas.

[Imagen: Pixabay]

Por Garazi Álvarez

Profesora e investigadora en Educación en la Universidad del País Vasco