Sandra Racionero-Plaza tiene un doble doctorado en Psicología y Currículum por la University of Wisconsin-Madison. Es profesora en la Universitat de Barcelona, investigadora en socioneurociencia y la 8ª científica del mundo en child sexual abuse.
¿Qué es un neuromito? ¿Puedes poner algunos ejemplos de neuromitos en educación?
Según el documento de la OECD “Understanding the Brain Towards a New Learning Science” (2002), un neuromito en educación se refiere a una comprensión o lectura errónea e incluso a una deformación deliberada de evidencias de la neurociencia para su aplicación en la educación. Un ejemplo típico de neuromito en educación es la dominancia de un hemisferio cerebral. Pero más allá de los neuromitos son todavía más preocupantes los neuroedumitos, que son conceptos erróneos en la educación generados por neurocientíficos que hablan y escriben sobre las consecuencias del conocimiento neurocientífico para la educación y que no conocen la literatura científica en educación. Al extrapolar evidencias de la neurociencia a la educación, cometen graves errores, haciendo afirmaciones que contradicen tanto la evidencia científica en su propio campo, la neurociencia, como en educación. Un ejemplo de neuroedumito es afirmar que los deberes, o el énfasis en el aprendizaje instrumental, provocan estrés cerebral. Normalmente, quienes desarrollan esos neuroedumitos suelen ser personal investigador en neurociencia poco referenciado en la comunidad científica internacional. Los grandes neurocientíficos no suelen hablar de lo que no saben. Es algo básico en la ética científica.
¿Qué implicaciones negativas puede tener el hecho de creer en estos neuromitos y neuroedumitos?
Entre otras, robar la posibilidad de alcanzar niveles superiores de desarrollo cognitivo a algunos estudiantes, destruir sus emociones y potenciar la violencia de género y los abusos sexuales. Pero debemos aclarar que el profesorado es víctima de formadores o formadoras que cometen esos neuroedumitos o los reproducen. Yo misma me he encontrado en conferencias en las que después de desmentir el neuroedumito que antes señalaba, profesorado se me ha acercado a darme las gracias porque habían reorganizado el horario escolar para que las niñas y los niños se aburrieran, cuestión que, según ese neurocientífico español que les formó, es necesaria para aprender. Si se lee a Santiago Ramón y Cajal, fundador de la neurociencia moderna, nos dice que hay que despertar las neuronas adormecidas, que hay que hacerlas vibrar con nobles y elevadas inquietudes. Lo contrario a aburrirse.
¿Cuáles serían las alternativas, basadas en la ciencia, para huir de estos neuroedumitos?
Una, el profesorado debe pedir a esos formadores y formadoras que le den evidencias científicas de impacto social de eso que dicen. Si la consigna es que el alumnado se aburra, que pidan en qué centros educativos esa propuesta ha generado mejores niveles de rendimiento académico para todo el alumnado, y mejor convivencia. Segundo, tertulias pedagógicas dialógicas, en las que el profesorado lee directamente a los premios Nobel de neurociencia, como Eric Kandel y Rita Levi-Montalcini, y los comenta en grupo. Artículos publicados en revistas científicas de primer cuartil JCR dan evidencias de cómo estas tertulias mejoran el aprendizaje y el desarrollo del alumnado.