La catarsis es un término que se utiliza poco entre el profesorado. Sin embargo, no es tan extraño detectar algunas prácticas catárticas en nuestras escuelas. Se podría definir “catarsis” como una acción mediante la cual alguien pretende descargar su ira de forma terapéutica. Puede ser dando golpes con churros contra la pared, realizando sesiones en las que se rompen platos o en las que se incita al paciente a gritar con rabia, dar puñetazos sobre algo blando, dejar que los niños realicen juegos violentos en un salón de juegos, etc. El vocabulario que se suele usar es “descargar, desfogarse, drenar, desahogarse, desquitarse, desinhibir”, etc.

Desde la edad clásica hasta no hace muchos años han existido dos corrientes de pensamiento con una visión diferente de la agresividad. Por un lado, los que pensaban que la agresividad podría ser drenada mediante una sesión de catarsis, de la misma forma que cuando hacemos un agujero a un cubo lleno de agua y este se vacía. Y por otro lado, aquellos y aquellas que pensaban que la catarsis, en lugar de disminuir la violencia, la aumenta. Partidarios de la primera visión fueron Aristóteles y, más actualmente, la teoría psicoanalítica. Por otro lado, aquellos que creían que la catarsis aumentaba la violencia fueron clásicos como Platón y teóricos del aprendizaje social como Bandura.

Lo cierto es que el debate está cerrado. Las evidencias científicas al respecto basadas en experimentos, observación sistemática, datos… concluyen de manera contundente a favor de Platón y Bandura. Es decir, que dejar a la infancia expresar de manera simbólica o real la agresividad genera un debilitamiento en inhibición de la actitud violenta. La infancia, en estas situaciones, genera excitación hacia experiencias de poder y placer por la violencia.

La teoría psicoanalítica ha sido refutada en este aspecto. Sin embargo, todavía hoy en nuestras escuelas tenemos actuaciones basadas en la teoría psicoanalítica que utilizan el vocabulario de la catarsis como forma de tratamiento de la violencia a través de “la psicomotricidad”. Es preciso matizar que hubo una gran escisión entre la escuela de Acouturier y de Lapierre en torno a la permisividad de la expresión de la violencia durante las sesiones de psicomotricidad y también que, por suerte, la postura de Acouturier, favorable a detener la violencia, ha sido la más extendida en España. No obstante, muchas personas psicomotricistas confiesan pensar que la agresividad necesita ser descargada de forma simbólica: por ejemplo, mediante el derribo inicial del muro. 

No me gustaría acabar el artículo sin explicar un caso de éxito de eliminación de la conducta violenta gracias al conocimiento de las evidencias sobre la catarsis. Hace varios años, una profesora formada en psicomotricidad convenció a la tutora para que permitiera a un alumno agresivo vestir una máscara de villano con una pequeña hacha durante los recreos para “reconducir su conducta violenta hacia el campo simbólico”. El niño siguió esta práctica durante varios años y su comportamiento fue empeorando durante todo este tiempo. El niño fue generando una fantasía de poder y violencia que hizo daño a sus compañeros y compañeras y a él mismo. Sus relaciones estaban totalmente deterioradas. Hasta el día en que propuse al niño que dejara de ser villano y pasara a ser superhéroe del club de valientes de mi tutoría. En menos de 2 meses desaparecieron todas las explosiones de ira y comenzó un camino de conducta prosocial, preocupándose por la gente que sufría y defendiendo a las víctimas.

El conocimiento de las evidencias científicas es una de las mejores herramientas para formarnos en contra de la violencia.

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Por Gontzal Uriarte

Maestro de educación especial y primaria