Los valores necesarios para la mejora de la sociedad, que han liderado las contribuciones que han permitido avanzar en diferentes ámbitos a lo largo de la historia, como son la solidaridad, la valentía, el esfuerzo, la verdad y la bondad, son ahora cuestionados de formas muchas veces disfrazadas. La crisis de valores que todas y todos podemos percibir, y que se evidencia en expresiones máximas de enfermedad o de violencia, no es resultado de esfuerzos excesivos, cuya solución sería recostarse a consumir desenfrenadamente series de televisión vacías o todo aquello que empeora nuestras vidas.

Diciendo huir de ser víctimas de un capital, se elige en realidad ser víctimas también de otro mucho más depredador, que se enriquece a costa de que tengamos relaciones despreciativas que pueden destrozar nuestra salud para toda la vida. A este capital depredador no le sale a cuenta que nos esforcemos para lograr lo que nos beneficia a todos y todas, para construir una comunidad más igualitaria basada en el acceso de todas las personas a las mejores oportunidades, de relaciones bonitas y sin violencia. Precisamente, cuando más se enriquece es cuando la ciudadanía produce menos para la comunidad y más para los sectores de los que se beneficia, como el consumo y las relaciones de desprecio en la marcha nocturna.

Engañándonos con que así, no produciendo nada bueno para los demás, estamos revolucionándonos, estamos, en realidad, reaccionando contra nuestra comunidad y produciendo mucho beneficio para un capital que se enriquece con nuestro individualismo. 

El creciente aumento del fascismo y el nazismo se justifica con estas ideas, disfrazadas de progresistas, que en realidad son muy reaccionarias. Como explica Ramón Flecha al hablar de “trabajo remunerado, gratuito y creativo”, el discurso dominante clasifica como aburridos la mayoría de los trabajos gratuitos a favor de personas discriminadas por clase, raza o género con el fin mejorar sus vidas o contribuir a un mundo mejor. Fomentar estas ideas con nuestros iguales o alumnado fomenta que se pongan en peligro la democracia y los derechos humanos. 

La buena noticia es que la educación es también, y sobre todo, una vía crucial para contrarrestar el nazismo y fomentar la solidaridad y una sociedad igualitaria. Una opción es participar en la comunidad. Disfrutar de ello es además un derecho de todas las personas que ya quedó recogido en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Contribuir a que las personas de nuestro entorno y también las de toda sociedad vivan mejor, desde la libre elección, es una opción que muchas personas eligen. Además, quienes lo hacen también viven mejor. Desde la fraternidad es como muchos movimientos han contribuido a transformar el mundo. Insistir en que quienes eligen libremente participar en la comunidad, mejorar la vida de sus vecinos, porque les hace ilusión desde los mejores sentimientos, deberían cobrar por ello, e intentar desvalorizarles diciendo que se están aprovechando de ellas y ellos, es una forma muy nazi de coartar las libertades de los demás, además de someterse de la peor forma a ese capital depredador. Quienes de verdad viven bien no necesitan coaccionar a los demás para que elijan con libertad.

La idea de que el voluntariado debería estar pagado porque es un tiempo y esfuerzo no remunerado es un argumento puramente capitalista. ¿La recompensa solo sirve si es monetaria? Justificar que sí es dejarse llevar por el mismo capital depredador que fomentó que las mujeres fumaran para enriquecerse a costa de su salud. También esto perjudica nuestra salud. Muchas veces, quienes apoyan esos argumentos son las mismas personas que sí ven bien ir a países de Asia a “ayudar a los pobres” para tener vacaciones pagadas, cuando en su día a día no se acuerdan de ellos. 

Las personas realmente progresistas viven en coherencia con los valores de comunidad, de fraternidad, y actúan para mejorar la vida de toda la sociedad. La educación es una fuente clave para fomentar estos valores, enaltecer los mejores sentimientos, la ilusión por mejorar la vida de todas las personas y respetar la libertad de quienes deciden hacerlo.

[Imagen: Freepik]
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Por Alba Crespo

Graduada en psicología en la Universitat de València y estudiante de máster en psicología general sanitaria en la Universitat Rovira i Virgili