Uno de los mayores desafíos como educadoras y educadores es ofrecer a nuestro alumnado enfoques efectivos de enseñanza que le permitan potenciar y maximizar su aprendizaje. Este reto es aún mayor para el alumnado que presenta algún tipo de necesidad específica de apoyo educativo (NEAE), ya que requieren una respuesta adicional según su perfil de déficits y potencialidades. Una de las herramientas esenciales para este objetivo y para asegurarnos una enseñanza de calidad es incluir en la toma de decisiones educativas lo que nos dice la evidencia científica.
Si bien es fundamental incluir los resultados de la investigación en la práctica docente diaria, en el caso del alumnado con NEAE se vuelve una prioridad aún mayor; entre otras razones, porque estos niños y niñas reciben muy pocas horas de tratamiento específico y, por ello, debemos aprovechar y afinar al máximo la respuesta educativa. Sin embargo, es habitual la implementación de enfoques educativos sin aval científico; un ejemplo de esta situación podemos encontrarlo en el uso de las praxias no verbales (como los ejercicios de soplo) para la mejora de las dificultades del habla y/o la comunicación. Existe multitud de literatura científica al respecto, desde los años 90, que pone de manifiesto la ineficacia de estas prácticas pero, aun así, se siguen utilizando en la actualidad.
Y es que llevar la ciencia al aula no es un camino de fácil recorrido. Uno de los principales obstáculos es la falta de formación en investigación de muchas y muchos docentes. Este hecho dificulta la interpretación y la aplicación de las evidencias en su práctica diaria. El conocimiento sobre investigación no suele estar incluido en la formación inicial docente; además, la comunidad docente tiene un acceso reducido a estudios actualizados o no sabe cómo adaptar las evidencias a su contexto concreto. Por ello, es crucial fomentar el desarrollo profesional continuo y dotar al profesorado de herramientas que le permitan acceder a las mejores prácticas, interpretarlas y saber cómo llevarlas a su aula concreta.
En conclusión, incluir la evidencia en nuestra toma de decisiones educativas es esencial para garantizar una respuesta adecuada a las necesidades que presenta cualquier tipo de alumno y, especialmente, aquellos que presentan algún perfil de dificultad. Aquellos que estamos inmersos en el mundo de la investigación educativa tenemos la responsabilidad de facilitar esta formación, de crear vínculos, de construir puentes que permitan que la comunidad docente pueda llevar a su aula la evidencia científica.