Uno de los señalados como mejores intelectuales del siglo veinte decía que al principio creía que no entendía los libros de la corriente posmoderna, pero luego se dio cuenta de que no había nada que entender. Los libros que no se entienden están llenos de errores elementales que no se corrigen nunca porque no los leen ni quienes los compran y los pocos que los leen no los entienden. Hubo una época en que al profesorado con menos nivel sus estudiantes no le entendían en clase y suspendía mucho para que pensaran que tenía tanto nivel que no le entendían.
No se pierde nada no leyendo por ejemplo los libros de Bourdieu, Foucault o Derrida. Foucault defendió siempre la despenalización de la violación y de la pederastia y escribió miles de páginas para justificar ese sexismo extremo diciendo que todas las relaciones, y entre ellas las sexuales, son relaciones de poder, tanto la sexualidad entre personas adultas como de una persona adulta con otra menor, tanto con un libre consenso por ambas personas como con violencia. Muchas personas compran sus libros o simplemente oyen hablar de ellos, si leen alguno no lo entienden y acaban poniendo a Foucault como referente de la educación e incluso del feminismo. Su desorientación es de tal calibre que dicen estar en contra de los abusos sexuales a menores y tienen como referente al mayor defensor de los abusos sexuales a menores.
Incluso los libros con buen nivel intelectual y con teorías a favor de los valores no sexistas de la educación, si no se escriben con un lenguaje comprensible, caen en errores elementales que no se corrigen nunca y además quienes dicen haberlos leído multiplican esos errores. Hay miles de ejemplos, pero aquí solo puedo poner alguno. En una página en español de la Teoría de Acción Comunicativa de Habermas, se pone como efecto ilocucionario lo que en la versión original corregida por el autor es efecto perlocucionario. A lo largo de décadas no se corrige ese error porque nadie se da cuenta, no solo las muchas personas que hablan de este libro, sino tampoco las pocas que lo leen. Ese error no es de Habermas, pero otros muy elementales sí que lo son y tampoco los corrige ni siquiera él mismo, como por ejemplo los conceptos que malinterpreta de la Teoría de Habla de Austin o de la Teoría de Comunidad Societal de Parsons.
Alguien puede pensar que el ejemplo de perlocucionario es de una página muy concreta, pongamos otro. Mead explica sus muy importantes conceptos de “Self”, “I” y “Me”; en muchos casos se traducen por “Yo”, “Yo” y “Mí”, haciendo imposible saber cuándo “Yo” se refiere a “Self” y cuándo se refiere a “I”. Y eso no está solo en una página concreta; por ejemplo, el título del libro de Giddens “Modernity and Self Identity” se tradujo por “Modernidad e identidad del yo”. Tampoco nadie se da cuenta y es frecuente que alguna o algún estudiante brillante, que sabe más inglés y consulta más internet, se dé cuenta y el profesor le corrija creyendo que el error es de su alumno, ya que esos libros tan difíciles no se pueden equivocar y tampoco puede equivocarse el amigo que presume de intelectual.
Los libros intelectualmente excelentes y que contribuyen a mejorar la educación y la sociedad se escriben en lenguaje comprensible. Quien sabe mucho no necesita distancia, ni tarimas ni escribir de forma que no se comprenda. Al contrario, escribe para que todo el mundo lo entienda. De esa forma, si tiene algún error, por pequeño que sea, rápidamente se lo detectan, se lo dicen y lo corrige. La conclusión es muy clara: lo inteligente es leer libros excelentes y, por tanto, comprensibles.