Hace algún tiempo que en mi escuela trabajamos trimestralmente a personajes que han hecho grandes contribuciones a la humanidad, ya sea en el campo de las ciencias o del arte. Este curso empezamos con Ada Lovelace en el primer trimestre, Rosalind Franklin en el segundo y ahora mismo estamos con Federico García Lorca.
Organizamos el aula para hacer lectura dialógica sobre la biografía de los autores y vamos profundizando en sus vidas y sus contribuciones a través de los diálogos que van surgiendo entre los niños y niñas. Los contenidos que se van cocreando en este espacio dialógico encajan perfectamente en el área de atención educativa/religión. Es sorprendente ver cómo los niños y niñas, a través de la vida y obra de estas personas, dialogan en profundidad sobre grandes temas que interesan a todas las personas y a ellos y ellas mismas. Toman posición respecto a injusticias sociales que siguen estando de plena actualidad. Hay quien pueda pensar que historias de épocas pasadas no les motivan, pero nada más lejos de la realidad.
Con cada personaje se realiza un pequeño proyecto en grupo que plasma muchas de las conversaciones que se han tenido en clase. Los aprendizajes traspasan las fronteras de la asignatura cuando en áreas de lengua, matemáticas o conocimiento del medio aparece un “esto me recuerda a que Rosalind Franklin era cristalógrafa (…) por lo de los minerales”.
Nuestro último personaje de este curso, Lorca, ha motivado un recital de poesía de algunas de sus obras, que están preparando con verdadero entusiasmo niños y niñas de 10 años y de cinco nacionalidades distintas, sin pasar por alto nuestras conversaciones sobre la homosexualidad, la Guerra Civil española, el exilio, el pueblo gitano o el Cante Hondo. Después de uno de estos espacios dialógicos, una de las alumnas recién llegadas hace unas semanas se acercó a mí para explicarme, con toda la dificultad que le suponía por apenas conocer el castellano, que había oído este nombre porque, cuando llegó a España desde Ucrania, pasó un tiempo en Granada y allí había un parque que se llamaba Federico García Lorca. Fue de las primeras veces que mantuve una conversación con ella.
La mejor cultura es una fuente inagotable de motivación y de aprendizaje que debería estar permanentemente presente en nuestros currículos escolares, y estoy seguro de que muchas maestras y maestros piensan lo mismo.