Una de las experiencias más relevantes que he vivido como maestro fue mi paso por un colegio rural. Me encontré con una tutoría de tres alumnos en una sede; los cuatro solos en el colegio de una pedanía. Además me encontré con dos niveles: un caso de quinto de primaria con diagnóstico TEA (Trastorno del Espectro Autista) y dos de sexto. ¿Qué iba a hacer ante este nuevo reto? ¿Cómo impartir las materias al nivel de quinto a la vez que al alumnado de sexto? ¿Qué contenidos iba a trabajar para cada caso?
Ante estas incógnitas había una premisa que tenía clara: necesitaba ciencia y utopía para transformar las dificultades en posibilidades, como decía Freire. Las investigaciones señalan como esencial mantener siempre altas expectativas y ofrecer aquel conocimiento que va por delante; ese conocimiento complejo pero que, con ayuda de otros más capaces, sí podemos alcanzar. Esto lo sabemos desde Vygotsky y la zona de desarrollo próximo. De este modo decidí apuntar alto e impartir el nivel de sexto también para el caso de 5º; así trabajarían los tres en lo mismo y en colaboración.
Por otro lado, también tenía claro que las interacciones serían la clave para lograr los mejores resultados posibles; de modo que tenía que potenciarlas al máximo y comenzamos a trabajar en equipo. La mayor parte del tiempo el trabajo tenía como base la resolución de las tareas en conjunto, dialogando posibles resultados, modos de resolver la actividad y argumentando, preguntándose unos a otros, comentando en voz alta lo que hacían…
Al poco tiempo noté que, por el contexto, la diversidad social para el alumnado era muy reducida comparada a la cantidad de niñas, niños, familiares y profesorado que suele estar presente en la mayoría de escuelas. De nuevo, ante la dificultad, busqué posibilidades apoyándome en las investigaciones que apuntan la importancia de implicar a la comunidad en el aprendizaje del alumnado. No estamos solos, y trabajar con ayuda siempre nos garantiza mejores resultados en aquello que nos propongamos. Además tenía otra ventaja de mi parte: este contexto ofrecía más cercanía y familiaridad entre la comunidad. Así, las familias proporcionaron una ayuda de incalculable valor. Para potenciar su implicación invité a los familiares a participar en las tertulias literarias dialógicas que hacíamos en clase, así como también al profesorado de apoyo cuya visita recibía una vez a la semana. Esa implicación de la comunidad fue clave para acelerar los resultados académicos y convivenciales de los alumnos. Las interacciones, al poco, se fueron ampliando: llegaron a participar más familiares de diferentes edades y también otros docentes de otros lugares. Ampliamos las personas, los tiempos y espacios de aprendizajes haciendo tertulias dialógicas online alguna tarde para que esas otras personas pudieran participar.
Esa variedad y oportunidad, esa diversidad y el rico intercambio de ideas que ofrecieron los familiares y otras personas fue la pieza clave que dio sentido a mi labor como docente. Aquello que a veces yo no era capaz de hacerles llegar con mis explicaciones, lo lograban los familiares u otras personas involucradas. Con ayuda de la comunidad, el alumnado vio pronto las posibilidades y el conocimiento que puede aportar toda persona, independientemente de sus características o su edad; con el aprendizaje dialógico empezaron a valorar esas diferencias individuales como una riqueza.