Fue una carrera muy infravalorada hasta llegar el siglo XXI. En los años 60, en la primaria y secundaria me llamaban Pitagorín. El profesorado me sacaba a la pizarra a explicar las fórmulas o los problemas que no había conseguido que entendiera gran parte de la clase para que se los explicara de otra manera. Quien acababa de aprender algo, como en ese momento me pasaba a mí, tenía más facilidad para saber qué es lo que no entendían mis compañeros y explicarlo de forma que sí lo comprendieran. Yo tenía muy claro que quería estudiar matemáticas (en realidad, lo que se denominaba ciencias exactas, que incluía también otros estudios como los de física, que luego se independizaron). Todo el mundo me decía que, teniendo tanto nivel en ciencias, no perdiera el tiempo dedicándome a las matemáticas, sino que estudiara algo más importante y útil, como ingeniería de caminos o economía de la empresa.
Por supuesto, el mío no fue ni mucho menos un único caso sino una situación muy generalizada que llegó hasta finales del siglo XX. Al comenzar el nuevo milenio, fueron apareciendo análisis cada vez más clarificadores de las grandes aportaciones que hacían las matemáticas en los más diversos campos como, por ejemplo, el desarrollo de los incendios de los bosques, la extensión de las cadenas de supermercados o el crecimiento de los tumores cancerígenos. Además, también se fue haciendo cada vez más evidente que el razonamiento que generan las matemáticas aporta capacidades para el excelente desempeño de actividades que no tienen relación directa con ellas.
Como se puede comprobar en las notas de corte de la selectividad, hace veinticinco años eran de las más bajas y ahora son de las más altas. La cantidad y calidad de empleos no para de subir. Sin embargo, en Asia han avanzado en este aspecto mucho más rápidamente que en Europa. Es muy importante que el profesorado de todas las asignaturas y las familias contribuyamos a una valoración positiva del aprendizaje de las matemáticas por parte de todo el alumnado. Una de las aportaciones que podemos hacer es no fomentar el bulo de que son difíciles o aburridas; solo lo son si se explican mal. Tengo muchísima y muy diversa experiencia de la enorme satisfacción que provoca a la infancia y a las personas adultas entender un concepto de matemáticas o un problema que siempre pensaron que nunca lograrían comprender. Quienes dicen que tienen dificultades para las matemáticas tienen en realidad una inmensidad de potencial satisfacción si encuentran la interacción con las personas con las que sí puedan conseguirlo.