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Recuerdo mi inicio como maestra de educación especial: llena de ilusión y pasión por aprender. Muchos años después, puedo comprobar que sigo igual de apasionada por el trabajo y aprendiendo. Pero algo ha cambiado: es posible dar una educación de calidad a los alumnos y alumnas, sin poner límites, tener la actitud de que todo es posible y por ello lo vamos a intentar.

Los avances científicos también llegan afortunadamente a la esfera de la educación y es lo que nos hace mejorar como docentes y ofrecer a nuestro alumnado lo más reciente y evidenciado que favorezca su aprendizaje.

Desde hace años, en mi actual centro de educación especial, impulsamos las actuaciones educativas de éxito dentro del modelo del aprendizaje dialógico. La primera vez que con un grupo de alumnos y alumnas creamos el club de valientes violencia cero y nos iniciamos en las tertulias literarias dialógicas, comenzó un proceso de transformación en un alumno en concreto (y en su familia) que ocasionó mi propia transformación personal y profesional.

A mi alumno no le gustaba venir al colegio; tenía baja autoestima, no se sentía seguro, tenía dificultades para expresarse ante situaciones conflictivas, problemas de conducta en casa y falta de comunicación con su madre. El club de valientes violencia cero le proporcionó un ambiente seguro y de confianza donde sabía que iba a ser escuchado si tenía un problema, que entre todos y todas podríamos encontrar la solución, dialogando. También fomentó en él y en sus compañeros y compañeras la conciencia de grupo. Sentirse perteneciente al club, donde recibían el apoyo de sus iguales, contribuyó a establecer lazos de amistad entre ellos y ellas y a crecer en solidaridad.

Antes de que finalizara el curso, el cambio en el alumno era ya muy evidente tanto en el colegio como en su casa. Quería venir todos los días a clase. Denunciaba cualquier mal trato que le pudieran ocasionar en el patio, porque sabía que íbamos a actuar y tendría ayuda. Él mismo fue capaz de posicionarse para proteger a una compañera. 

Gracias a preparar las tertulias con su madre y leer juntos cada semana, la relación entre ambos mejoró significativamente y muy emocionada me lo relataba un día ella: “Nos acurrucamos a leer en la cama las páginas que tocan, y es un momento muy bonito”.

Es posible contribuir al desarrollo integral de nuestro alumnado, prestando especial atención a los que se encuentran en situación de vulnerabilidad en la sociedad de la información y del riesgo en la que vivimos; ofreciéndoles una educación de calidad basada en evidencias científicas, que diste de las metodologías individualistas y proporcione un aprendizaje basado en altas expectativas y con interacciones de calidad en su entorno.

Mi transformación personal y profesional consistió en creer que todo es posible, que cada día nos espera algo bueno. Cambiando la mirada hacia el alumnado, ver posibilidades donde antes solo había dificultades.

Por Ana María Díaz

Maestra de educación especial en el CEE Virgen de la Esperanza (Cheste, Comunitat Valenciana)