El año escolar empieza con un profundo malestar y preocupación por parte de numerosas familias que de forma silenciosa, y bajo la acusación de ser contrarios a la libertad y democracia, ven cómo se les impone una educación sexual en los centros educativos de sus niños y jóvenes carente de evidencias científicas pero, sobre todo, no respetuosa con todas las opciones sexuales e identitarias. Se sienten profundamente incómodos e impotentes ante la confusión que en ocasiones expresan sus hijos a quienes, realizando talleres en la escuela, los han obligado a vestirse de “chica” sin su consentimiento, a pintarse las uñas cuando no les gusta, a ir a lavabos mixtos con incomodidad o les han cuestionado la identidad de género por identificarse chica cuando juega a fútbol o vestir siempre pantalones, entre otros ejemplos.

Hay mucho profesorado que también se siente incómodo y confundido, pero les da miedo levantar la voz en un contexto donde algunos han impuesto ideológicamente un único modelo de libertad sexual. En este contexto, la discrepancia y la demanda de diálogo está penada con la acusación de ser tránsfobo, homófobo o antifeminista. Estas voces por lo tanto acaban siendo silenciadas, lo cual no contribuye en absoluto a la verdadera garantía de la libertad sexual y de género de todas las personas y opciones (incluida la de las personas cisnormativas).

Ante esta situación algunas familias, sobre todo de educación infantil, están planteándose la decisión de no llevar a sus hijos a la escuela y, los de primaria, a faltar en las horas de los talleres de educación sexual. Incluso algunas familias migrantes se plantean una dolorosa decisión como es el retorno a sus países de origen y proteger así a sus hijos de la coacción, la imposición, el insulto y el señalamiento por decir que quieren una educación sexual, pero no esta. Los sueños llenos de esfuerzos que empujan a algunas familias hacia un nuevo país porque se les ofrecían mejores oportunidades educativas y vitales a sus niños y adolescentes ahora se desmenuzan. Las familias piden en definitiva poder participar también en el diseño de esta educación sexual.

Garantizar la libertad sexual y de género tendría que ser una premisa, pero tendría que ser para todos y todas por igual: para los colectivos que históricamente han sido criminalizados por transitar hacia otro género, o personas que han reclamado los mismos derechos como homosexuales, pero también aquellas que han elegido una identidad cisheterosexual.

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Por Núria Marín - Lena de Botton

Núria Marín, profesora y exdirectora de la escuela Mare de Déu de Montserrat // Lena de Botton, profesora de sociología de la Universitat de Barcelona, miembro del consejo asesor de la diversidad religiosa y miembro de la mesa de la diversidad del Consejo Audiovisual de Cataluña