A raíz de leer el artículo “Education Outside the Classroom” de EERA y la reciente publicación en este mismo periódico sobre la recomendación de Harvard sobre aprendizaje continuo, no he podido evitar llegar a una reflexión acerca de los viajes de fin de curso que se plantean en los centros educativos.

Sin duda, suele tratarse de viajes eminentemente lúdicos, de varios días de duración, y que suelen suponer tanto una importante inversión económica de la familia como el periodo de tiempo más largo de convivencia continua del alumnado y profesorado. Por lo tanto, estamos hablando de una oportunidad única para obtener una experiencia educativa de gran impacto y durabilidad siempre y cuando haya una organización didáctica de la actividad que propicie un aprendizaje abierto, libre pero supervisado.

Más allá de lo lúdico y divertido que un viaje con compañeros y compañeras es de por sí, es interesante valorar cómo se va a realizar antes, durante y después para obtener unos resultados de aprendizaje y consolidación que son incomparables y difíciles de conseguir de otro modo.

Permitidme compartir una experiencia propia: durante un curso académico estuvimos trabajando distintos estilos artísticos en la asignatura de “Arts” con alumnado de sexto: la biografía de los autores, replicamos las obras principales… y escogimos obras dispuestas en la National Gallery de Londres porque al acabar el curso fuimos a visitar la capital británica. En parejas habían preparado una presentación de cada una de las obras trabajadas y lo expusieron en la propia galería tanto para sus compañeros y compañeras como para el resto de asistentes en el museo, ¡medio en inglés, medio en castellano!

El propio museo nos felicitó por la actividad que acababa incluso en aplausos.

Pues bueno, frente al London Eye, Tower of London, Hamleys o cualquier otra visita que pudimos realizar y que, a priori, podría resultar más atractiva para jóvenes de 12 años, resultó que la evaluación final que realizaron indicaba que la actividad más impactante había sido poder ver los Girasoles de Van Gogh en persona o la Venus del espejo de Velázquez.

Aún estos alumnos y alumnas me recuerdan esa visita de más de seis horas y cómo se emocionaban al apreciar el arte que habían estudiado durante todo el año. Algunas lágrimas se llegaron a apreciar.

¿Alumnado modélico? Más bien una organización educativa precisa para un viaje de fin de curso tan impactante como un parque de atracciones.

[Imágenes: Public Domain / Pexels]
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Por Daniel Martínez

Maestro de inglés en CEP Pintor Sorolla de Elda, Alicante. Licenciado en psicopedagogía y evaluador en el Panel de Expertos de Erasmus.