¡Viva la música!
Cuando comencé el primero de los 14 cursos reglados para sacarme el título del Conservatorio de clarinetista, no podía imaginar que el pasado lunes interpretaría el himno de la Unión Europea, la Oda a la Alegría de Beethoven, en la sede del Parlamento Europeo.
Han sido muchos años de trabajo, de disciplina, de esfuerzo durante la infancia, adolescencia y primera juventud. Ha habido quienes me han querido convencer de que era mejor no simultanear estudios universitarios de Ciencias Sociales con el Conservatorio. Unos porque decían que era mejor divertirse y yo no veía que ellos se divirtieran más que yo. En algunos notaba que lo que querían era etiquetarme como aburrida si no me sometía a las presiones para que hiciera lo que no quería hacer y no hice con ellos. Otros me decían que así dificultaba mi carrera profesional, perdiendo el tiempo en algo tan demandante como era el Conservatorio; resulta que he sacado unas notas en mi carrera de educación que me han permitido obtener una beca-contrato predoctoral que solo se da a los mejores currículums y quienes me decían eso no lo han logrado; uno de los mejores investigadores del mundo me dijo que los años de conservatorio también me sirvieron para adquirir hábitos y capacidades para mis otros estudios y profesión. Finalmente, había otros que también me presionaban a no simultanear esos estudios porque querían ser artistas, pero no por la música, sino por lo que podían conseguir a través de ella: fama, más ligues, dinero… No veía que amaran la música, casi ninguno de esos ha logrado lo que pretendía y alguno se siente frustrado ahora.
No sé exactamente qué es lo que me llevó a no someterme como otras a sus presiones y sí disfrutar siempre y con libertad de hacer lo que deseaba con quien quería. Lo que sí sé es que un factor que influyó fue la belleza de músicas como la de Beethoven. El creador de la revolución romántica en la música fue un gran artista en la música y un artista social. Fue un revolucionario de verdad que, cuando vio que las esperanzas que le había dado -a él y a muchísima población oprimida de Europa- la revolución democrática francesa antimonárquica acabaron en un emperador y en una dictadura, en guerras, en fusilamientos, rechazó esa transformación en la que él había creído. Así, en la sinfonía tercera, que estaba dedicada a Bonaparte, acabó tachando esa dedicatoria y la denominó la “Heroica”.
Estoy enormemente feliz porque la pieza de Beethoven de la que interpretamos solo un minuto no lo hicimos para intentar promocionarnos y vivir de la música, y es muy respetable de quienes consiguen hacerlo, pero entre quienes no vivimos de la música y quienes sí viven, hay muchas personas que amamos la música, que decimos: ¡viva la música! Y que, como Beethoven, queremos no solo ser artistas de la música, sino también artistas sociales, artistas que contribuyen a crear unas relaciones humanas relacionadas con nuestras utopías. A ese mundo mejor dedicó Beethoven la 9ª sinfonía. Con esa pequeña interpretación, abríamos una conferencia en el Parlamento Europeo en la que desde una niña de 8 años a personas mayores de diferentes culturas, de diferentes ideologías, compartieron cómo se transforma el mundo, cómo se hacen mejores relaciones, mejores vidas para todas y todos.
Cada vez que vuelvo a ver en vídeo esa interpretación y esa conferencia, descubro que, aunque fuera muy pequeña y tuviera yo también 8 años, esa fue la motivación que me llevó a compartir la música con mis estudios y pienso que toda niña y niño debiera tener derecho a, si quiere, seguir también esa trayectoria.
Codirectora de Kaiera (kaiera.eus)