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Estar en contacto con las investigaciones en educación posibilita que llegue a nuestras manos un artículo científico como How musical training affects cognitive development: rhythm, reward and other modulating variables”. Este artículo, uno de los más citados en la Web of Science sobre el tema, sintetiza una gran cantidad de estudios que demuestran que la práctica de la música desde la infancia tiene beneficios educativos, sociales y personales a lo largo de la vida adulta.

El estudio afirma que los niños y niñas que han recibido clases de instrumento, canto en coro y práctica rítmica grupal entre los 6 y los 11 años tienen mejores expectativas de rendimiento académico y coeficiente intelectual en años posteriores. También, que los y las menores que practican música tienen mejores resultados en memoria de trabajo y verbal, en procesamiento del habla y en discriminación de fonemas. Además, muestran mejores habilidades relacionadas con el lenguaje y ven favorecida la adquisición de una segunda lengua.

Desde el punto de vista de las relaciones sociales, hacer música en grupo potencia la cooperación e implica respeto para poder conseguir el objetivo de la interpretación. Cuando esto se hace desde bien pequeño, se está entrenando al cerebro para funciones de carácter social. Eso sí, es imprescindible que esos aprendizajes se produzcan en un ambiente familiar motivador y de confianza con el profesorado que imparte las clases, ya que “el apoyo emocional de los padres y una relación enriquecedora con el maestro caracterizada por la simpatía mutua (…) afectan en gran medida a la motivación del alumnado para practicar y al resultado del aprendizaje”

Haber podido conocer esta investigación permite encontrar respuestas avaladas científicamente a cuestiones que, como ciudadana, madre y maestra especialista en educación musical y ex-estudiante de conservatorios, he oído durante años. Escucho a muchas madres y padres preguntarse: “Si mi hijo o hija no me lo pide, o si creo que canta mal o no tiene ritmo, ¿debo apuntarlo a música?”. A la vista de los resultados de las investigaciones, podemos decir que hacerlo puede tener importantes beneficios. Me preocupa saber, ya que el artículo así lo relata, que la infancia con menor nivel socioeconómico tiene menos posibilidades de asistir a clases de música. Por ello, es importante que las diferentes instituciones implicadas incorporen de forma temprana una formación musical de la máxima calidad para todos los niños y niñas y que el aprendizaje de un instrumento musical deje de ser un lujo. Asimismo, los y las docentes implicados podemos favorecer la función social que tiene y permitir que cualquier menor se beneficie de la práctica musical. Del mismo modo, podemos promover actuaciones que estimulen, mediante el diálogo compartido, el gusto por las mejores creaciones musicales.

Como madre de estudiantes de música, uno de los aspectos que más me preocupa es cómo conseguir la motivación y el disfrute de la actividad para su aprendizaje.  La respuesta está en aplicar las evidencias científicas, para que la motivación y los aprendizajes aumenten los resultados y reduzcan las desigualdades. Para eso, es esencial que las lecturas científicas lleguen a las comunidades educativas musicales, para que los claustros incorporen las evidencias a sus clases; las familias, a la práctica instrumental que se realiza en casa; y la sociedad en general, al día a día de los niños y niñas. Así, sería posible que el aprendizaje de la música se pudiera extender a una enorme cantidad de población con los beneficios que ello comportaría a nivel educativo y social.

[Imagen: Unsplash]

Por Patricia González

Maestra de primaria y de educación musical. Directora del CEIP Eres Altes de Riba-roja de Túria