Uno de los momentos más emocionantes e ilusionantes para la infancia, sus familiares y sus maestros y maestras es cuando empieza a interesarse por el “mundo escrito” que hay a su alrededor y a querer saber qué pone en cada cartel que encuentra a su paso. 

Iniciarse en la lectura supone una especie de “descubrimiento” que parece casi repentino, como de la noche al día, pero que realmente se ha ido forjando a lo largo del tiempo a base de una serie de interacciones y elementos que lo hacen posible. A pesar de esa ilusión que suelen manifestar tanto las familias como los propios niños y niñas (a veces, incluso casi de una manera indirecta, a través de un sencillo comentario o con su mirada, mediante sus gestos faciales…) existen corrientes, modas (o como cada cual quiera llamarlo) que manifiestamente no promueven el aprendizaje de la lectura, alegando que aún son pequeños, que no se están respetando sus tiempos, que hay que esperar a que maduren, que no hay prisa, que ya vendrá…

Por supuesto, esas afirmaciones no van en la línea de las evidencias científicas, las cuales resaltan lo importante que es el contacto con la lectoescritura desde las edades más tempranas. Pero la oposición de algunas familias y profesionales de la educación (aunque sin ninguna base científica que lo avale) ante la idea de que los niños y las niñas accedan a la lectura desde pequeños genera debate.

No obstante, cada vez más maestras y maestros que acceden a las evidencias científicas respaldan el gran valor de promover este proceso, dentro y fuera de la escuela, como algo emocionante, divertido, atractivo, predictor de éxito… Y lo transmiten a las familias del alumnado al que atienden, intentando generar climas que lo potencien en la escuela y en los hogares.

Como ya sabemos, leer y escribir es un proceso que supone ir adquiriendo (desde el mismo momento del nacimiento) habilidades lingüísticas que, en un futuro, permitirán que la persona lea y escriba cada vez con mayor seguridad y corrección. Todas las acciones que acompañan al pequeño o a la pequeña, en interacción con otras personas adultas e iguales, lo refuerzan y enriquecen. Son muchos los ejemplos que pueden ayudar a involucrar a los más pequeños y pequeñas en la lectura y la escritura:

  • Pasar las páginas de un cuento, de un libro
  • Señalar y describir las imágenes que acompañan a los textos
  • Escuchar la lectura de un adulto
  • Entablar diálogo entre el adulto que lee y el o la menor
  • Reconocer letras y sus sonidos, así como palabras conocidas, en los textos
  • Intentar escribir el nombre de seres allegados, de objetos, de animales…
  • Jugar con la correspondencia entre grafema y fonema
  • Pensar palabras que empiezan, terminan, tienen el sonido “…”, etc.

Así pues, el contacto con la lectoescritura desde las edades más tempranas es un derecho al que todo infante debería acceder cuanto antes. No promoverlo supone mayor vulnerabilidad y pone barreras a su éxito.

 [Imagen: Freepik]
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Por Elísabet Gómez

Maestra de educación infantil y primaria