El acoso no es cosa de niños, es cuestión de vida o muerte, es un problema extremadamente grave de salud pública. Precisamente por eso no deben ser triviales, impulsivas o infundadas las respuestas que, desde la academia, desde los centros escolares o desde los medios de comunicación demos a esa realidad. Las evidencias científicas son rotundas, clarísimas y unánimes respecto a las vías que pueden solucionar el problema del acoso escolar.

Ponerse del lado de la víctima y aislar a los culpables supone aplicar los mejores recursos, responder con lo que la ciencia ha demostrado que funciona, defenderla desde toda la comunidad y con los mejores medios. La información sobre qué es lo que funciona está publicada y disponible para quien quiera conocerla en el Informe de la Comisión Europea Achieving student well-being for all: educational contexts free of violence.

Sistemáticamente, sin embargo, cada vez que un caso de acoso acaba trágicamente, en diversos ámbitos reaparecen voces que aseguran que la solución está en la violencia, que es “obligatorio” defenderse, que “si te pegan tienes que pegar” y que, en fin, validan la violencia como medio para acabar con la violencia, poniéndose en contra de las evidencias que demuestran que la violencia genera más violencia y que la solución requiere indefectiblemente “bystander intervention”. Dejar de aplicar o dar credibilidad a estas afirmaciones o intervenciones que no aplican la evidencia es también clave para acabar con el acoso escolar. 

La investigación y la práctica en multitud de escuelas han demostrado que solamente interviniendo en y desde toda la comunidad, realizando socialización preventiva de la violencia de género y aplicando el modelo dialógico de prevención y resolución de conflictos es posible terminar con esta lacra. 

Los niños y niñas pueden aprender que es posible resolver sus problemas sin acudir a la violencia, que pueden (y deben) hacerse respetar a sí mismos y a los demás sin ser unos “pagafantas” o unos “simp”, que existen modelos de personas igualitarias, fuertes, apasionadas y bondadosas, capaces de mantener relaciones personales y sociales libres de violencia. La investigación y las experiencias como el club de valientes violencia cero que existe ya en muchos centros han demostrado, están demostrando, que es posible acabar con el acoso escolar y crear entornos libres de violencia, comunidades que realmente paren los acosos y defiendan a las víctimas. 

Las voces que piden que la víctima de acoso responda con violencia están, al fin y al cabo, poniendo de nuevo toda la responsabilidad de la respuesta sobre la propia víctima y fortaleciendo el modelo violento en las relaciones en el tratamiento de conflictos, perpetuando y replicando discursos de poder y de violencia. 

Estas mismas voces, además, defienden que una vez que el acoso se ha perpetuado y se ha hecho daño a la víctima, ya no hay solución ni salida para esta, y auguran un futuro de sufrimiento y dolor a la víctima que no haya respondido violentamente y un futuro de continuas relaciones violentas al acosador que no haya sido corregido con violencia. Esta visión también contradice las evidencias científicas que nos dicen que el cerebro humano mantiene su plasticidad y su capacidad de transformación y aprendizaje a lo largo de toda la vida, y constata la importancia de las amistades para prevenir la violencia. 

Siempre podemos ser arquitectos de nuestro propio cerebro, tal y como demuestra la neurociencia  y, con la construcción de las relaciones adecuadas en entornos libres de violencia, reaprender conductas y reconstruir nuestras relaciones, acercándonos así a una vida mejor con más bienestar y salud, libres de la violencia.

[Imagen: Freepik.com]
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Profesora de Lengua castellana y literatura en Educación Secundaria. Profesora asociada de la Universidad de Oviedo. Presidenta de Asturias AEBE.