Hace 42 años, Michael Long propuso la hipótesis de la interacción en el campo de la adquisición de una segunda lengua. Según esta hipótesis, la participación en interacciones lingüísticas fomenta el aprendizaje de una segunda lengua. Dado que quienes participan en la interacción lingüística tienen el objetivo de entenderse entre sí, ajustan lo que dicen, comparan lo que dicen con modelos correctos y tratan de decirlo de una manera que puedan entender. Gracias a todo esto, aprenden su idioma de destino. Los dos primeros estudios que probaron esta hipótesis se publicaron en 1987 y 1994, y ambos concluyeron que las y los estudiantes de idiomas entendían mejor lo que se les decía (input) cuando tenían oportunidades de interacción. Por lo tanto, estos dos estudios sugirieron que existía un vínculo entre la interacción y la adquisición del lenguaje.
Pero en aquella época varios investigadores cuestionaron la relación entre interacción y adquisición del lenguaje. Dijeron que no había ningún vínculo empírico. Se llevaron a cabo varios estudios para responder a esta pregunta. Varios de estos estudios fueron estudiados por Casey Keck y sus colegas en 2006 . En total, analizaron 14 estudios. Los participantes de las muestras tenían entre 15 y 44 años. Eran estudiantes de universidades, escuelas secundarias y escuelas de personas adultas.
Los resultados fueron muy claros: según la evidencia aportada en estos estudios, las interacciones lingüísticas permiten el aprendizaje de segundas lenguas. Es más, crear oportunidades reales para hablar es clave para la adquisición de una segunda lengua. Estudios posteriores (estos, por ejemplo ) han reforzado esta línea de investigación, hasta disipar por completo las dudas: hoy en día nadie en el campo de la investigación de segundas lenguas duda de que la interacción afecta al aprendizaje de dichas lenguas. La discusión basada en evidencia disipó las dudas.