Soy maestra de pedagogía terapéutica, trabajo en un centro de educación especial y cada vez soy más consciente de la oportunidad de mejora profesional que he tenido al participar desde hace más de 10 años en las tertulias pedagógicas dialógicas del seminario de Valencia “A muscles de gegants”. Participar en ellas nos ha dado la posibilidad, a mí y a mis compañeras del colegio, de transferir esta formación a nuestro centro de educación especial. Así multiplicamos el alcance de la mejora profesional que se logra al acceder a las evidencias científicas en materia de alumnado con diversidad funcional.
Un tema sobre el cual hemos leído, dialogado y vamos transformando es el de las adaptaciones curriculares. Hasta que accedimos a las lecturas de autores como Vygotsky o Kandel, no fuimos del todo conscientes del impacto negativo que estaba teniendo en nuestro alumnado el hecho de tener currículums en los que se estaban reduciendo los objetivos y contenidos al mínimo. Estos autores, referentes en sus campos, demuestran precisamente que lo que los estudiantes ya saben no produce desarrollo ni aprendizaje; lo que produce desarrollo cognitivo y aprendizaje depende del contexto y no tanto de la genética. Ya no vale el determinismo para este alumnado, ni pensar que están condenados a no llegar a unos aprendizajes o a un desarrollo cognitivo y social por la propia discapacidad.
Recuperando las palabras del propio Vygotsky:
«Lo que el niño puede hacer hoy en cooperación lo podrá hacer mañana solo. Por tanto, la única forma de instrucción que se puede considerar buena es la que va por delante del desarrollo y lo dirige; no debe tener como objetivo lo ya maduro, sino las funciones del proceso de maduración.» (Pensamiento y lenguaje, 1934)
Contrariamente a lo que muchas y muchos docentes estudiamos en la universidad, Vygotsky establece que no es necesario alcanzar un determinado estadio de madurez para poder realizar una determinada actividad (adquirir cierto aprendizaje), sino que es a través del aprendizaje como se desarrollan las funciones psicológicas superiores.
Tanto Vigotsky como Bruner coinciden en la importancia de las interacciones sociales en la formación de la inteligencia y el desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Aquello que el niño o niña aprende ha sido compartido en interacción con otras personas. Por esta razón, no podemos dejar de lado las interacciones de calidad para todo el alumnado, y menos para este alumnado.
Kandel (2001) demuestra que los genes son servidores del ambiente. Este descubrimiento –que ya avanzó Ramón y Cajal y quedó reflejado en la frase «todos podemos ser arquitectos de nuestro cerebro»– es una luz de esperanza para una nueva forma de programar la educación del alumnado de educación especial.
Conociendo las teorías de estos autores, no podemos enseñar un currículo de mínimos o “de la felicidad” desde edades tempranas para alumnado de educación especial o en riesgo de exclusión social, porque nos llevaría a entornos de aprendizaje deficientes, que reproducen las dificultades iniciales que puedan tener, frenando el desarrollo y perpetuando la exclusión social. En las programaciones, los programas o las adaptaciones curriculares individualizadas que realicemos, es clave que tengamos en el centro las altas expectativas y el máximo de interacciones de alta calidad para todo el alumnado. Aplicar las actuaciones educativas de éxito es garantizar los mejores resultados.
Maestra de educación especial y directora del centro de educación especial Virgen de la Esperanza (Cheste)