Hay retos sociales persistentes a los que dar respuesta. Uno de los más efervescentes por su magnitud y gravedad es el caso del acoso sexual. En algunos centros educativos la educación sexual se presenta como la solución a este problema, y en consecuencia afloran las charlas y talleres en relación a este tema. Estamos a tiempo de afrontar un nuevo curso y hacerlo más liberador pero, para ello, es imprescindible que nos cuestionemos la imposición de determinada educación sexual en los centros. 

Por ejemplo, si estas en un autobús, se sienta una persona a tu lado y empieza a hablarte de cómo colocar un preservativo, cómo tener sexo de manera segura, qué no debes hacer para disfrutar… ¿Qué pensarías? ¿Qué reacción tendrías? ¿Qué derecho tendría esta persona para entrometerse en tu vida? Entonces, ¿te extraña que algunas niñas se sientan incómodas cuando hacemos talleres o charlas de “educación sexual” en los institutos, basadas en esas mismas ideas y prácticas? De hecho, hablando con las y los adolescentes su opinión es clara: están hartas y hartos de las clases de educación sexual, abiertamente afirman: “no sirven para nada…” 

¿Quién imparte las clases de educación sexual? ¿Con qué criterios se les designa expertas o expertos de este tema? La realidad es que, en estos talleres, el sexo se presenta de manera sesgada y dogmática, dejando poco a la imaginación, a la creatividad de cada persona… Y esto nos lleva a más dudas: ¿qué relaciones tienen o han tenido las personas que imparten los talleres? ¿Por qué obligamos a hablar a las y los jóvenes? Demasiadas dudas en relación al planteamiento actual de la educación sexual. Dudas planteadas únicamente si nos centramos en ciertas dinámicas educativas, ya que si nos basamos en las evidencias científicas internacionales estas preguntas están superadas. Las investigaciones feministas ya hace décadas que demuestran la necesidad de la colaboración y el diálogo entre la familia (comunidad), alumnado y profesorado en torno a las evidencias científicas para superar los retos educativos. 

En definitiva, tenemos por delante un curso prometedor para generar diálogos, espacios de confianza libres de violencia y superar la imposición de las ocurrencias y la coerción de la libertad. Un año para superar el discurso coercitivo y de doble moral de ciertas personas que imponen charlas y talleres para hablar de sexo, concretamente, de su visión del sexo. ¿Seremos valientes para generar en nuestros centros espacios realmente liberadores de violencia, basados en actuaciones exitosas? ¿O preferimos poner parches superficiales para no tener nosotras y nosotros diálogos realmente transformadores y liberadores?

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Por Teresa Morlà-Folch

Investigadora posdoctoral de la Universitat de Barcelona