Alain Touraine es sin duda uno de los principales y mejores sociólogos contemporáneos, con una gran calidad humana. En el año 2010, recibió el muy merecido premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Desde el principio hasta el final de su vida analizó, valoró y potenció los movimientos que transforman la sociedad mejorándola, siempre preocupado por la capacidad de acción, ofreciéndole al actor social herramientas científicas para la transformación. Supo desde el principio compartir las esperanzas que se generaron desde la derrota del nazismo hasta finales de los años 60, en los cuales fue una de las principales referencias en los medios de comunicación y en las universidades. 

También, cuando llegó la reacción contra esas esperanzas llenándose los medios y universidades de teorías que afirmaban que la mejora no era posible o que incluso no era conveniente, supo y quiso no buscar su protagonismo individual en esa corriente sino mantenerse fiel a la ciudadanía y a las propias ciencias sociales. Él nos decía cómo en esos años de reacción se llenaban las salas donde hablaban los autores y autoras que quitaban las esperanzas mientras se marginaba a quienes las apoyaban. 

Una tarde, en el EHESS (Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, Francia), me marcó profundamente su calidad humana y científica. Con un compañero de doctorado pasamos por el departamento. Había muy pocas personas, pero Touraine trabajaba muchas tardes; en aquellos momentos debería tener unos 74 años y era muy activo. Al pasar por delante de su despacho lo saludamos, porque éramos alumnos de su seminario, y nos invitó a entrar. Estuvimos una hora en su despacho (por cierto, siempre con la puerta abierta) hablando de nuestros trabajos. Me hizo preguntas realmente críticas para ir más allá en el análisis, sonreía y creó un clima muy distendido, pero con mucha profundidad en nuestros diálogos.

Alain se llenaba de vida en los actos públicos en que se hablaba de transformación, pero también en las relaciones personales con quienes más valían la pena. Vivió intensamente la amistad, el amor y los sentimientos mejores que ha creado la humanidad. Se ha ido, pero nos queda el testimonio de una gran persona, de un gran sociólogo que siempre supo apoyar lo mejor. En un comentario al libro “Compartiendo palabras”, deja muy clara la orientación de su obra: 

A veces, como demuestra aquí Flecha, el conocimiento fluye de abajo arriba, cuando individuos sin título ni formación académica ‘producen’ e ‘inventan’ análisis culturales a partir de su propia experiencia, sus pensamientos y el intercambio con creadores de su propia cultura.

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Por Lena de Botton

Profesora agregada de Sociología de la Universitat de Barcelona