Ayudar a una persona a aprender a leer es uno de los mayores regalos que se puede hacer. Afortunadamente, la investigación científica ya ha identificado claves fundamentales para poder hacerlo con eficacia.
Durante años hubo un gran debate público sobre la enseñanza de la lectura. Había propuestas antagónicas. Ante esta situación, a finales de la década de 1990 el gobierno estadounidense formó un panel nacional para recoger y comunicar a la ciudadanía qué era lo que apuntaba la investigación científica. Este panel definió cinco áreas que se debían trabajar para aprender a leer.
Por un lado, dos áreas en las que es imprescindible trabajar para la decodificación de las palabras: por una parte, lo que en inglés se denomina phonics (para poder aprender el principio alfabético, para poder asociar fonemas con letras) y, por otra parte, la conciencia fonética y fonémica (para aprender a identificar, unir y segmentar los fonemas, distinguir el número de sílabas en cada palabra, etc.). El panel destacó la importancia de fomentar las habilidades para la decodificación porque, en el contexto en el que se creó el panel, había muchas voces que apostaban por no trabajar la habilidades para la decodificación, aunque la investigación ya había demostrado que no trabajar estos dos ámbitos (phonics y la conciencia fonológica y fonética) perjudica seriamente a niñas y niños que están aprendiendo a leer.
Por otro lado, el panel nacional de EEUU consideró imprescindible trabajar específicamente la fluidez lectora, el vocabulario y la comprensión. De hecho, aprender específicamente a decodificar es imprescindible, pero no es suficiente. El objetivo último de la lectura es comprender el texto, y para ello se requieren otras habilidades además de la decodificación. Hay que leer no sólo la palabra sino el mundo, como se decía en el libro de Paulo Freire y Donaldo Macedo (Literacy: Reading the Word and the World). Leer es, pues, una combinación de muchas habilidades. La investigación también ha demostrado que es de gran ayuda, por ejemplo, trabajar la oralidad, así como el conocimiento del tema que se está leyendo. Por lo tanto, es fundamental implementar acciones educativas que fomenten todas estas habilidades y conocimientos. Las investigaciones que se han realizado desde la comunidad de investigación CREA han aportado de manera decisiva en este sentido.
Las interacciones interpersonales son la principal clave para aprender a leer. Cuanto más ricas sean las interacciones, más aumentan las posibilidades de aprendizaje. Por tanto, las escuelas son espacios especialmente adecuados para que todo el alumnado pueda aprender a leer eficazmente. La investigación ha demostrado que las actuaciones educativas de éxito son muy eficaces para fomentar la capacidad lectora. Un artículo publicado recientemente en la tercera revista más citada del mundo en el ámbito de la investigación educativa lo confirmaba. El artículo sintetiza décadas de investigación en la materia. La riqueza de la interacción es la que marca la diferencia. El libro Compartiendo palabras de Ramón Flecha es una referencia imprescindible; en él se relata cómo compartir palabras y vidas desde el diálogo igualitario lleva a resultados impresionantes. Esta experiencia se ha podido replicar con éxito en todo tipo de contextos. Reflejo de ello es, por ejemplo, este artículo que analiza cómo, en un centro con muy malos resultados académicos y muy alto nivel de conflictividad, se pusieron en marcha grupos interactivos y tertulias literarias dialógicas, y en solo dos cursos el número de estudiantes con una competencia lectora alta pasó del 17% al 55%. La clave es aplicar las evidencias científicas de impacto social.
La facultad de leer no surge por sí misma. El homo sapiens tiene unos 315.000 años, según los últimos hallazgos. Los primeros textos escritos aparecieron hace unos 5.500 años y el primer alfabeto, hace unos 3.800 años. Así que los humanos han pasado unos 300.000 años sin escritura. Es una invención cultural bastante reciente en la historia del ser humano. Por tanto, podemos concluir fácilmente que no es una habilidad que florece ajena a los contextos culturales en los que crece cada ser humano. Se aprende en interacción.
Ahora la investigación nos ha enseñado con gran claridad cómo ofrecer a todas las personas un tesoro que en otro tiempo sólo poseían unos pocos.
[Este artículo fue publicado por primera vez en Kaiera, con fecha 18 de octubre de 2022]
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